jueves, 19 de diciembre de 2013

Señora Equis. Reseña de Señora Grande por Evelyn Galiazo para El interpretador libros

Manuela, Susana, las hermanas Pichiesther y la perturbada que “De repente” ameniza un viaje de larga distancia con sus gritos son algunas de las señoras grandes que aparecen en este libro. Ser una señora grande no es lo mismo que ser una gran señora, una verdadera dama, existencialmente aristocrática. No es tampoco ser una mujer con todas las de la ley, con los pies en la tierra y la belleza de la experiencia. Nadie quisiera ser descripta como una señora grande y mucho menos convertirse en una. Sin embargo, en los trece relatos que componen Señora grande, José Fraguas logra exponer gran parte de la magia de estas señoras y mostrarnos en qué consiste. Hay algo decididamente almodovariano en la descripción que hace Fraguas de unos barrios y de unos pueblos donde algunas señoras, un poco detenidas en el tiempo –o mejor: intempestivas-, adquirieron un gran magnetismo. Tienen el atractivo de ser no convencionales pero sin la impostura ni la pretensión. Lo que las hace grandes es su manera desorbitada de convivir con la adversidad y de dejarse afectar por ella. Porque aunque en sus rutinas no pasa demasiado, la palabra que más las acompaña es “dramatismo”. El dramatismo de los sentimentales, de los niños y de los borrachos, es decir, de los intensos.
La sensibilidad femenina, lacrimosa y desmesurada, –y por eso mismo teatral– contrasta con una escritura prudente que construye escenarios completos con escasos recursos. Elegidos con pericia, dos o tres objetos son suficientes para describir un entorno; dos o tres frases –copia fiel del discurso del otro- alcanzan para dibujar la coreografía de un personaje en escena. El narrador está muy atento, sabe escuchar y sabe recortar lo fundamental que, en última instancia, es siempre lo desopilante. Ese narrador es un chico. Tal vez sea el nene de ojos enormes que aparece en las ilustraciones de Santiago Erausquin –a quien está dedicado el libro-. No sería nada extraño porque a la mirada infantil vuelve continuamente. Incluso en los cuentos donde el narrador es más grande, regresa en algún momento a la infancia para contar una anécdota. Señora grande parece ser también, entonces, la que se ve posiblemente más grande de lo que realmente es desde la perspectiva de tal perspectiva: la del que está creciendo y escucha, no sin asombro, las conversaciones de los mayores; la del pequeño testigo que observa, que juega a ser grande, a copiar -imitar y documentar- el registro de los adultos. A su modo particular, el conjunto de todos los relatos de Señora grande es una novela de aprendizaje, un poco proustiana, en la que alguien recuerda aquellos días en los que estaba fascinado por la modesta excentricidad de su profesor de teatro o de dibujo, por el naturalista de los documentales de la tele o por una vieja actriz, eternamente en formación. Fascinado por sus figuras pero sobre todo por su discurso, un lenguaje común, que sin embargo los vuelve únicos. Como esos humildes cartelitos de las peceras del acuario en las que se detiene “Zoo”: etiquetas extremadamente caseras, anacrónicamente escritas a mano y con tinta borroneada, pero que hacen referencia e especies extraordinarias de ecosistemas privilegiados: el lago de Malawi o las selvas inundables de Igapó. Convertido en envoltura de lo maravilloso, el lenguaje cotidiano puede disparar la fantasía al infinito en cualquier parte. En el patio de una casa o en un zoológico de provincia donde los animales nos dan la espalda o permanecen tan quietos como si estuvieran muertos.
La relación con el pasado es decisiva en más de un sentido. Aparece en la relectura que hace el narrador de su niñez pero además en el culto de lo antiguo. Por eso las iglesias son “Lugares santos”. Soportan, majestuosas, el peso de los siglos igual que las señoras grandes soportan en sus piernas cansadas el paso de los años. El ejército de salvación también abre las puertas del antes. Su depósito ofrece el espectáculo de los juguetes y los muebles viejos y hasta nos permite tocar la mismísima ropa que usaban las señoras cuando no eran todavía tan grandes como ahora. Es posible asumir ese mundo ajeno como un estilo de vida. Pero para hacerlo propio sin tornarse decadente se necesita bastante humor. Los equecos, los enanos de jardín, los cementerios, las vacas-mascotas y las carpetitas crochet no son simples elementos de un decorado kitch. En un mismo movimiento aportan al universo representado en Señora grande tanta gracia como melancolía. Mantienen vivo el recuerdo de lo que ya no está y le sacan la lengua al imperativo social de agiornarse sin respiro. Todo ocurre como si la distancia que separa la nostalgia de la alegría no fuese más ancha que el filo de un cuchillo. Señora grande baila sosteniendo ese cuchillo en el aire. Su belleza es blandirlo lúdicamente para dejarnos ver que todos los extremos del sentimiento son afines a la locura.

sábado, 5 de mayo de 2012

PRESENTACIÓN

Presentamos Señora Grande de José Fraguas. Este miércoles 9 de mayo a las 19hs en el CCC (Corrientes 1543 3° piso). Presentan Gabriela Bejerman, Evelyn Galiazo y María Silva. Canta Gimena Riestra. Los esperamos!



miércoles, 26 de octubre de 2011

"Arroz con monstruos" por Walter Romero para Boca de Sapo


Animales, tejidos, iglesias, jardines (y estatuas de jardín): son formas todas –en lo autotélico de sus intenciones– de una realidad que se resiste a ser embalsamada por los regímenes de la literatura, para perdurar, por el contrario –nuevas y frescas– en lo anodino del gesto, en el cuadro que no llega a cristalizar ningún folklore. Señora grande es una antología de cuentos indefinibles, de un realismo indirecto o no eufórico que no apela a ninguna representación “con molde”, a ningún “efecto de realidad”: El mundo, “como lo conocemos”, no es, en verdad, ni supernumerario ni “en mosaico”, sino, más bien, infinitamente sencillo; los textos verdaderos son sólo aquellos que no está sobrecodificados; la más actual de las operaciones literarias consistiría endestonalizar el tono y su mensaje; para contar una historia no es necesario ninguna historia segunda, paralela o en filigrana que doble la acción principal. Es éste el modo en que su autor, José Fraguas, elige para revelar, con parsimoniosa constatación, la verdad que, sin ambages, postula: una “literatura sin atributos” es posible.
La forma en que hace germinar estas “historias” tiene algo de arborescente (“mientras tanto, los árboles seguían creciendo vigorosos”) pero sin copa o remate, casi como si cada una de estas “historias” fueran ramas infinitas que, como el lenguaje, tienden sólo a la proliferación, no importa hacia dónde o hasta dónde.
Como en una imposible “espiral plana”, el texto crece y se imbrica a modo de realidades “sumadas”, que se van agregando, como si se tratase de una operación que le suma realidad a la realidad, para dejarnos atónitos o acaso improcedentes, sin avalar ni esperar ningún avance narrativo, ningún “cierre” o clausura de estos relatos: una literatura de superficie, sin relieves, con una ingenuidad que asombra: desde la guerra total que le presenta a cualquier peripecia, desde los títulos blancos(Manuela, Susana, Árbol, Zoo) o desde las dos ilustraciones de Santiago Erausquin, que abren y cierran el bello volumen, donde un personaje –siempre muy curioso, orejón, y de ojos enormes– se parapeta detrás de una Señora, a quien nunca le vemos la cara, y que bien podría ser la realidad en su mismidad toda, en su contundente y decapitada presencia.
El marco de esta serie de secuencias narrativas se desprende de los epígrafes de Marosa Di Giorgio y de Hebe Uhart que son elincipit ceremonial del libro: una suerte de gótico –acaso costumbrista– que anidaría en toda realidad, y que campea en todos los textos. Ya no “arroz con leche”, sino “arroz con monstruos”, dirá la cita que Fraguas extrae de la poeta (y sibila) uruguaya: es decir, realidad que desprende –sin quererlo– sus enrevesadas y pasmosas quimeras no siempre aladas, casi nunca con garras, más bien quietas o hieráticas, deformes como si de una “realidad fija” se tratase, de un punto de inmovilidad que no se atreve a activar ni el más mínimo de los desplazamientos: Acaso, junto a Jacques Rancière, agregaríamos: “Ninguna singularidad heroica recubre lo que la banalidad misma contiene de potencia poética escondida (…) Es necesario que la vida supuestamente ´muda´ sea dotada de una palabra propia, que no se expresa por las vías del discurso articulado y la retórica sino que se encuentra inscripta sobre el cuerpo mismo de las cosas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Señora Grande por Tony Zalazar

       Cuentos escritos desde la contemplación admirada y atenta a las apariciones poéticas en medio de la vida moderna. Con delicadeza, humor y vivacidad, sus descripciones son como fotos de la conducta humana y revelan, con narración sutil, la belleza y bizarría de personajes, lugares y seres puestos en la constante mudanza que es la vida. En Señora Grande se juega a mirar con inocencia la oscuridad y con oscuridad la inocencia, dos ojos equilibrados que enfocan las afirmaciones de la existencia y que pestañean con gracia y ternura.

Señora Grande por Lucila Caleta

Es conocido lo que Keats decía; que el poeta siempre está perdiéndose: porque al nombrar cualquier cosa de la realidad se identifica con ella. Cierta entrega, sensibilidad y disponibilidad hacia todo lo que aparece (misterioso o evidente; bello, triste o feliz), que, en algún sentido, se asemeja al estado de la infancia.
Los cuentos de José Fraguas, que componen esta Señora grande, son cariñosamente sensibles a la realidad interior de las cosas. Sensibles a las estatuas que habitan jardines de Lanús, panteras rosas, pinochos, caperucitas rojas o poetas melancólicos; a las tías que se fascinan buscando funerales; atentos a las ramas de los árboles que amenazan los cables del teléfono o susceptibles a la desafiante mirada de los santos y los apellidos escritos en las bóvedas de los cementerios. Estos objetos tanto como las camperas que se encuentran descosidas en el "Ejército de la Salvación", son rescates, hallazgos, encuentros, mediados por la lúcida intuición de un niño "Plus Ultra".
Hay en Señora grande, una mirada atenta, enamorada, dispuesta a dejarse encantar por historias chiquitas, señoras dedicadas, melodramas juveniles. Miniaturas ineludibles, tanto como la sopa, el jabón y la salvación.