miércoles, 26 de octubre de 2011

"Arroz con monstruos" por Walter Romero para Boca de Sapo


Animales, tejidos, iglesias, jardines (y estatuas de jardín): son formas todas –en lo autotélico de sus intenciones– de una realidad que se resiste a ser embalsamada por los regímenes de la literatura, para perdurar, por el contrario –nuevas y frescas– en lo anodino del gesto, en el cuadro que no llega a cristalizar ningún folklore. Señora grande es una antología de cuentos indefinibles, de un realismo indirecto o no eufórico que no apela a ninguna representación “con molde”, a ningún “efecto de realidad”: El mundo, “como lo conocemos”, no es, en verdad, ni supernumerario ni “en mosaico”, sino, más bien, infinitamente sencillo; los textos verdaderos son sólo aquellos que no está sobrecodificados; la más actual de las operaciones literarias consistiría endestonalizar el tono y su mensaje; para contar una historia no es necesario ninguna historia segunda, paralela o en filigrana que doble la acción principal. Es éste el modo en que su autor, José Fraguas, elige para revelar, con parsimoniosa constatación, la verdad que, sin ambages, postula: una “literatura sin atributos” es posible.
La forma en que hace germinar estas “historias” tiene algo de arborescente (“mientras tanto, los árboles seguían creciendo vigorosos”) pero sin copa o remate, casi como si cada una de estas “historias” fueran ramas infinitas que, como el lenguaje, tienden sólo a la proliferación, no importa hacia dónde o hasta dónde.
Como en una imposible “espiral plana”, el texto crece y se imbrica a modo de realidades “sumadas”, que se van agregando, como si se tratase de una operación que le suma realidad a la realidad, para dejarnos atónitos o acaso improcedentes, sin avalar ni esperar ningún avance narrativo, ningún “cierre” o clausura de estos relatos: una literatura de superficie, sin relieves, con una ingenuidad que asombra: desde la guerra total que le presenta a cualquier peripecia, desde los títulos blancos(Manuela, Susana, Árbol, Zoo) o desde las dos ilustraciones de Santiago Erausquin, que abren y cierran el bello volumen, donde un personaje –siempre muy curioso, orejón, y de ojos enormes– se parapeta detrás de una Señora, a quien nunca le vemos la cara, y que bien podría ser la realidad en su mismidad toda, en su contundente y decapitada presencia.
El marco de esta serie de secuencias narrativas se desprende de los epígrafes de Marosa Di Giorgio y de Hebe Uhart que son elincipit ceremonial del libro: una suerte de gótico –acaso costumbrista– que anidaría en toda realidad, y que campea en todos los textos. Ya no “arroz con leche”, sino “arroz con monstruos”, dirá la cita que Fraguas extrae de la poeta (y sibila) uruguaya: es decir, realidad que desprende –sin quererlo– sus enrevesadas y pasmosas quimeras no siempre aladas, casi nunca con garras, más bien quietas o hieráticas, deformes como si de una “realidad fija” se tratase, de un punto de inmovilidad que no se atreve a activar ni el más mínimo de los desplazamientos: Acaso, junto a Jacques Rancière, agregaríamos: “Ninguna singularidad heroica recubre lo que la banalidad misma contiene de potencia poética escondida (…) Es necesario que la vida supuestamente ´muda´ sea dotada de una palabra propia, que no se expresa por las vías del discurso articulado y la retórica sino que se encuentra inscripta sobre el cuerpo mismo de las cosas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Señora Grande por Tony Zalazar

       Cuentos escritos desde la contemplación admirada y atenta a las apariciones poéticas en medio de la vida moderna. Con delicadeza, humor y vivacidad, sus descripciones son como fotos de la conducta humana y revelan, con narración sutil, la belleza y bizarría de personajes, lugares y seres puestos en la constante mudanza que es la vida. En Señora Grande se juega a mirar con inocencia la oscuridad y con oscuridad la inocencia, dos ojos equilibrados que enfocan las afirmaciones de la existencia y que pestañean con gracia y ternura.

Señora Grande por Lucila Caleta

Es conocido lo que Keats decía; que el poeta siempre está perdiéndose: porque al nombrar cualquier cosa de la realidad se identifica con ella. Cierta entrega, sensibilidad y disponibilidad hacia todo lo que aparece (misterioso o evidente; bello, triste o feliz), que, en algún sentido, se asemeja al estado de la infancia.
Los cuentos de José Fraguas, que componen esta Señora grande, son cariñosamente sensibles a la realidad interior de las cosas. Sensibles a las estatuas que habitan jardines de Lanús, panteras rosas, pinochos, caperucitas rojas o poetas melancólicos; a las tías que se fascinan buscando funerales; atentos a las ramas de los árboles que amenazan los cables del teléfono o susceptibles a la desafiante mirada de los santos y los apellidos escritos en las bóvedas de los cementerios. Estos objetos tanto como las camperas que se encuentran descosidas en el "Ejército de la Salvación", son rescates, hallazgos, encuentros, mediados por la lúcida intuición de un niño "Plus Ultra".
Hay en Señora grande, una mirada atenta, enamorada, dispuesta a dejarse encantar por historias chiquitas, señoras dedicadas, melodramas juveniles. Miniaturas ineludibles, tanto como la sopa, el jabón y la salvación.